“La flor es maravillosa, y la estamos describiendo, pero una de las evidencias clave en la teoría de los puentes de tierra firme entre Antártica y Suramérica son las hojas de Nothofagus, que hemos hallado en ambos continentes”, interviene Marcelo Leppe.
El análisis paleobiológico de esta antigua planta revela que sus semillas son intolerantes al agua de mar y que el viento no las dispersa sobre largas distancias. En otras palabras, el Nothofagus necesita tierra firme para avanzar.
Las hojas de Nothofagus patagónico, de 68 millones de años, son muy similares a las que pueblan los bosques modernos del sur de Suramérica. / Pablo Ruiz, INACH
“No muy lejos de aquí, en el área conocida como El Puesto, encontramos la primera hoja fosilizada de este género, y la más antigua de Suramérica hasta el momento”, señala Leppe con un gesto hacia el horizonte. “Tiene 68 millones de años y parece moderna en sus características. Es la misma familia de los árboles lengas, ruiles y coihues que hoy en día pueblan la Patagonia y Nueva Zelanda. Al mismo tiempo, Tania Lindner Dutra, de Universidad de Vale do Rio dos Sinos (Unisinos), Brasil, halló en Antártica hojas de Nothofagus más antiguas hasta el momento. Su edad exacta está siendo analizada con métodos radiométricos en Alemania, y ronda entre los 83 y 81 millones de años”.
No obstante, la dispersión del Nothofagus hasta Nueva Zelanda aún requiere una explicación satisfactoria por la falta de puentes de tierra entre este país y Australia que justifiquen la presencia de fósiles en ambos lugares.

“No todo está dentro del saco”, dice Leppe riendo. “En cambio, el año pasado en isla Nelson, Antártica, hallamos una cama de los Nothofagus más grandes y mejor preservados del momento, cercanos en edad los de Tania Dutra. Son hojas de 15 centímetros de largo, adaptadas a condiciones cálidas, es decir nivel del mar alto, así que probablemente vivieron en un momento de desconexión Suramérica-Antártica. Los siguientes Nothofagus en nuestra historia son los que están aquí en Cerro Guido. Los tamaños de esas hojas no son muy grandes, por lo tanto hay correlación con clima más frío”.
El trabajo forense ha revelado una sorpresa más: para finales del Cretácico, el bosque antártico y el del extremo de Suramérica eran bastante parecidos al moderno bosque de Valdivia, en Chile, y aquellos propios del sur del Brasil. Además de los Nothofagus, el pasado y el presente tienen en común araucarias, podocarpáceas (familia de coníferas), proteáceas (familia de angiospermas), licopodiales (plantas vasculares) y equisetales (cola de caballo). Es fácil imaginar a un titanosaurio navegando lentamente entre ellos, quizás masticando una suculenta bocanada de flores.
“Antártica está viva hoy en los bosques de Chile”,  afirma Leppe. “Necesito que los chilenos entiendan que eso es algo muy especial”.